lunes, 10 de septiembre de 2012

Zapatitos rotos

Yo iba todos los días a clases con mis zapatos rotos, en una bonita escuela rural del norte, me sentaba justo al lado de la ventana con una hermosa vista y a lo lejos se veía un cerro, que en su cumbre tenía una cruz, junto a mi pupitre se sentaba Italo Céspedes.
Italo, tenia una extraña manera de ser, digo extraña por que era ciertamente incomprensible al menos para mi en esa época. Todos los días buscaba a un compañero, le pedía los zapatos y se los cambiaba por unos mas elegantes, al pasar de los días, reclamaba los zapatos cambiados y los volvía cambiar por otros aun mas bonitos, así lo había hecho al menos con unos 7 compañeros.
Cierto día me pregunto cual era mi numero de calzado, le conteste que yo calzaba 35, a los dos días llego con unos zapatos elegantísimos y me pidió que los cambiara por los míos, le dije que no podía y me convenció diciendo que era por un par de días. A los 2 días después llego con un par de zapatos más elegantes que los que yo tenía y con una sonrisa me dijo: Ahí están tus Zapatos, ahora devuélveme esos otros, que mi papá tiene que devolvérselos mañana a su cliente. Pude comprender lo que el hacía, aprendí sobre su padre y descubrí que la bondad nace de quien uno menos lo espera.
Hace poco volví a ese pueblo, en la escuela se encuentra una plaza y trate de ubicar el lugar exacto en donde me sentaba, esta que me acuclille y lo vi. Vi el cerro con la Cruz, eche un respiro y una hermosa lagrima nació de mis ojos.
Italo actualmente es abogado, lo supe el día que nos encontramos de casualidad en San Antonio. Nos servimos un café y se alegro muchísimo cuando le conté que ahora soy profesor.
¡Cuando quieras me pasas los zapatos! - me dijo después de cruzar nuestras manos, darnos un abrazo y decirnos adiós.

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