martes, 13 de noviembre de 2012

El Arterisco

 Cuando le abrieron las puertas, el Mauri, lo primero que hizo fue respirar profundo, dio tres pasos y dejo caer una lágrima. Llevaba 7 años sin pisar la calle, extrañaba el aroma del viento. Al fin podía comprarle a la señora de las sopaipillas que miraba desde su celda. Al fin podría tocar el verde pasto de la cuneta, al fin podía sentir la alegría que sienten los libres. 
Cuando cerraron las enormes puertas del penal, se prometió no volver a ese desdichado lugar. Caminó con calma, aunque minutos antes deseara que el tiempo avanzara de manera veloz. Ya el tiempo no valía, ahora debía disfrutarlo. Acaricio al perro, aquel que siempre cagaba frente al poste de la luz que estaba frente a su celda. El perro le movió la cola, en un claro gesto de alegría. Camino con serenidad, feliz, cada paso que daba significaba estar mas cerca de la plenitud, el perro caminaba a su lado haciéndolas de testigo del evento que compartían.
De pronto se detuvo a pensar sobre que era más conveniente por hacer. Tenía esposa e hijos, Padre y Madre y todos lo habían mandado al olvido. ¿Que hago? se pregunto. Se sentó en la butaca de una plaza y comenzó a meditar, eran las 4 de la tarde, el perro se mantenía echado frente a el. Luego de darle al animal un trozo de sopaipillas de las muchas que compro, decidió llamarla, busco su agenda magnética, localizo el número de su mujer y se acerco al negocio mas cercano.
- Buenas tardes caballero, ¿Tiene teléfono?- Le pregunto al señor del almacén.
El tipo del almacén que era un viejo canoso de aspecto enojado, y que acostumbraba atender a ex reclusos le respondió - Si amigo, cuesta cien pesos la llamada, tiene que echar la moneda por la ranurita y cuando le contesten apriete el arterisco -.
shaaa, la volaita - respondió el Mauri. Deposito la moneda en el teléfono y marcó el número de su ex esposa. 
-Alooo!- dijo una voz femenina al otro lado del auricular.
-Alo, Carmen, soy yo, el Mauri, oye, salí libre, te estoy llamando de un teléfono publico.
-Aloooo!- seguía respondiendo la voz de la mujer.
-Oye ya poh, no te hagái la weona y contesta poh, no veís que estoy llamando de un teléfono publico!!-
-Aloooo!- se escucho por tercera vez al otro lado del auricular.
El Mauri, indignado, colgó el teléfono y soliloquió -Puta la weona maricona, si no quiere hablar conmigo tiene que puro decírmelo- y Colgó.
-¿Como le fue amigo?- pregunto el hombre del almacén.
-Naah, se hizo la weona, no me quiso contestar.- respondió el Mauri y como haciéndose el desentendido continuo -¿Tiene cigarros?-
-Si, ¿de cual quiere?-
-Déme un Bermon Rojo. ¡Ah, y un encendeor!-.
Luego de cancelar, encendió un cigarrillo y fue hasta la plaza. 
El viejo del almacén, reía maliciosamente detrás del mesón. Pensaba -"¡apuesto que este webón pensó en doble sentido cuando le dije que apretara el arterisco!!".